Vol. 6 Núm. 11 (2023): Persona
Cuando hablamos de la persona, usualmente lo hacemos para referirnos al ser humano a la vez individual y en relación con otros en el mundo. Es un ser que se halla en la materia y la trasciende por su espiritualidad peculiar.
Apuntamos, a continuación, tres tradiciones que han pensado que la persona humana no consiste solo en ser un proceso químico de alto nivel o el ser prominente de la escala biológica.
Una primera tradición consideró que, aun perteneciendo la persona al mundo de la materia evolutiva, no puede reducirse a ella. Sus cultivadores han afirmado que es un ser espiritual, no material, que posee facultades inmateriales: el entendimiento y la voluntad. De algún modo, se procuró en esta tradición comprender lo espiritual y negar las propiedades de lo material (lo espacio-temporal) y las causalidades materiales. Ha sido este un camino esquemático que definió el espíritu en contraposición con la materia y postergó el hecho de la incesante presencia de la mediación de la materia. Con rigor y realismo, expresó su captación de la vida humana y resistió la reducción de su ser a pura materia.
Una segunda tradición filosófica pensó a la persona como lugar en que el espíritu se confronta con la materia. Según ella, el espíritu, centralmente, es razón activa y creadora. Como tal, analiza y modifica la materia, y transforma la naturaleza en cultura y civilización. Apostando a aquella razón ordenadora, los humanos construyeron la cultura científico-tecnológica y fueron apagando la diferencia y originalidad de las personas.
En tercer lugar, ha crecido la reflexión sobre la persona humana, entendida como un existente histórico en el que se cumple, sin nivelación racionalizadora ni contraposición originaria, el misterio de un ser en comunión. Cada una vive, piensa y ama a un tú como ser inconfundible. Cada ser espiritual es vivido y pensado como un ser que, en la alteridad y donación al otro, acrecienta su amor a todo lo que es. El espíritu halla su plenitud no en la interioridad solitaria ni en la pura afirmación de sí, sino en su abrirse a la relación interpersonal, donde cada uno cobija y dona su ser. Es en esa relación donde el espíritu revela su modo de ser, muestra su
irreductibilidad a la materia y su diferencia. En la alteridad sencilla y profunda, el espíritu muestra a la persona su ser único y original. Es decir, la persona concreta que ama y piensa, en alteridad y donación, frente al otro, intuye la presencia de su ser como espiritual e irreductible a la materia. En esta tradición, el camino que afirma el espíritu no prioriza el análisis de las facultades, sino la senda del don intersubjetivo, personalizante y unificador.
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