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  • Persona
    Vol. 1 Núm. 1 (2016)

    Presentación: Esta nueva publicación sobre humanidades se dirige a todas las personas con inquietudes humanísticas, filosóficas, psicológicas y educativas que están dispuestas a crecer en la verdad, la sabiduría y el amor. Quiere contribuir a encontrar y liberar la verdad sobre la persona humana: el ser que se desarrolla desde un en sí, o principio interno de actividad, y sale de sí libremente como don hacia el otro. Esto es, un ser que dispone de sí para hacerse disponible, y que puede hacerse disponible cuando dispone de sí. Este ser en sí y para el otro no se justifica como un puro resultado de múltiples influencias sociales, pero tampoco como alguien que puede modelarse en un aséptico solipsismo. Sobre este ser complejo, subsistente y relacional, se quieren ofrecer
    elaboraciones de las diversas ciencias naturales del hombre y la filosofía, para disponer una mirada de conjunto que facilite el diálogo de las diversas frecuencias luminosas de su verdad.

    La urgencia del diálogo fraterno hace que las diversas ciencias pospongan los conflictos de jerarquía, no porque sean iguales, sino porque se hacen iguales, a fin de que resuene la armonía de los diversos  instrumentos e intérpretes del saber. Esta publicación quiere brindar su escenario para que, en él, cada
    uno pueda ofrecer la parte que ha meditado en su refugio interior o ha concertado con otros.
    Asumiendo todo lo que es bueno, se propone superar la dominación de la experiencia colectiva del deseo que, revelándose bajo el rostro del consumo, encauza hoy la educación y la cultura en las fantasías de un modelo
    centralmente técnico que suprime aspectos fundamentales de la condición humana. Ante la esterilidad y ausencia de sentido, frutos de un destino mecánico, habrá que favorecer la capacidad de distancia propia del hombre, de tal modo que, desde su condición de ser espiritual pueda orientar la existencia humana hacia su fin último y trascendente. De tal modo que, desde la serenidad que permite la intencionalidad, alcance un trato con las cosas que, redimidas de ser puro objeto de dominación, vuelvan posible que sus esencias se manifiesten y susciten la gratitud, el crecimiento recto y la celebración.

    Se orientará hacia un pensar que, reconociendo la unidad personal de cada ser humano, concentre sus elaboraciones intelectivas y sus fuerzas volitivas en un ideal, que le permite ser grande, aun en lo más pequeño, y superar la esclavitud del “infinito desgraciado”, para llegar, por la recepción de la iniciativa que viene de lo alto y el ejercicio orgánico de las virtudes, al descanso agustiniano que sólo puede cumplirse en relación con el “infinito verdadero”.

    Esta publicación invita a todos, teóricos y prácticos de las humanidades, a elevar, transfigurar y perfeccionar las ciencias filosóficas y humanas mediante el esfuerzo por unir confiadamente, y no con pegamento, las elaboraciones de las ciencias naturales del hombre, la filosofía y la teología, y afinar, en clave realista, los nexos entre palabra, valor, verdad y vida. Y, más allá, en lo más hondo y lejano, por la confianza de los caminantes, quiere descubrir un sendero que partiendo de lo cierto se aventura, apreciando convergencias y sorteando diferencias, en lo insondable del Misterio.

    Alentando la propagación de esta publicación periódica, que no hubiera sido posible sin el valioso apoyo del Sr. Rector de la Universidad, Dr. Hernán Mathieu, la colaboración del Consejo Académico de la Facultad de Humanidades y el impulso de la comunidad académica, se augura que sea para todos un nuevo medio para favorecer los estudios sobre la persona humana, su valor y su sentido.

     

    -La dirección

  • Persona
    Vol. 1 Núm. 2 (2016)

    Presentación: Persona es una publicación para promover un pensamiento oyente y crítico en la investigación de las ciencias humanas y en las relaciones entre ellas que quiere comprender y orientar a ese ser siempre indigente y trascendente que nace para la libertad y el amor. En primer lugar, se propone escuchar y reconocer a los otros y recoger el don de lo natural que suscita la gratitud. Cuando los oyentes son dos, en el cara a cara, dispuestos a dar asilo a la palabra del otro, se inicia el diálogo en que se opera, a la vez, la comunicación de la vida y una íntima metamorfosis que reelabora el poder ser de cada uno. En segundo lugar, se quiere ofrecer un saber crítico para la verdad. Es decir, un saber libre para el ser y el bien antes que investigador de utilidades; un pensar inquieto por los fundamentos antes que mercader de novedades; un saber que pregunta por la verdad para alcanzar la adecuación entre el intelecto y la realidad, en la humildad, y que relega la razón instrumental y mecanicista que opera al servicio del éxito y del poder.

    Los artículos que presentamos en este número responden a distintas disciplinas
    de la Facultad de Humanidades.

    El primer artículo acomoda las elaboraciones filosóficas de Paul Ricoeur en un trazado que se afianza en la reflexión hermenéutica. Las interpretaciones de los filósofos y el pensamiento disperso en distintas creaciones culturales deben articularse para iluminar un sentido más profundo. La hermenéutica ricoeuriana se consolida con el análisis de la estructura semántica de los signos, pero no se cierra sobre el lenguaje, sino que  desemboca en la existencia humana. No obstante, entiende el autor del artículo, no es este el último horizonte
    del pensador francés; su destino se halla en el ámbito de la ontología.

    El segundo artículo ofrece el análisis de un famoso escrito de José Zorrilla: Don Juan Tenorio. Nos introduce en la comprensión del Romanticismo español, con sus componentes de nacionalismo y cristianismo, tal como las con cibe el escritor, y destaca la concepción de la moral y la religión que cultiva en su intimidad el sujeto romántico. El análisis de esta obra nos permite penetrar en el tipo de hombre que se repliega en un mundo ideal donde predomina el sentimiento íntimo, con capacidad de cierto arrepentimiento, y que choca con el mundo real, en el cual fracasa en su destinación a un amor humano imposible.

    La reflexión del tercer escrito se dirige al fenómeno religioso en la sociedad actual, donde, según el autor, se ha dado un giro fundamental en el modo de interpretar a Dios y la religiosidad hasta llegar a proponer religiones sin Dios. Este giro ha consistido, esencialmente, en el alejamiento del Dios trascendente y en el sometimiento a un sustituto inmanentista. Fija en el racionalismo cartesiano el punto de partida de la disolución de la trascendencia en la inmanencia y proyecta, en el idealismo, la culminación del pensar inmanentista, donde
    la conciencia origina en sí todas las cosas. No queda lugar para un ser trascendente y sobrenatural, ni para una revelación: la religión se reduce a una construcción de reglas éticas para la convivencia civil. En definitiva, considera el autor, la verdadera inmanencia de Dios permite la verdadera trascendencia, y viceversa; solo frente a este Dios verdadero es posible la fe cristiana.

    En cuarto lugar, hallamos el esclarecimiento de dos conceptos: la Logoterapia y el Análisis Existencial. Desbordando sus aprendizajes con Freud y Adler, Frankl elabora una psicoterapia que parte de lo espiritual (la Logoterapia) y, ante la neurosis, que hunde sus raíces en la falta de sentido, propone una terapia que se ordena a la búsqueda de sentido. No reclama sustituir la psicoterapia, sino, más bien, complementarla. Por otra parte, Frankl sostiene que el Análisis Existencial es un método que ayuda a descubrir factores de sentido, especialmente al comprender la biografía del ser humano concreto. No se ordena solo a la Logoterapia, sino a cualquier psicoterapia.

    En el último artículo, se resalta la importancia del adecuado ejercicio de supervisión de una persona sobre otras en el trabajo, desde la perspectiva psicopedagógica, y se resalta que, en la relación de supervisión, operan determinadas actitudes de intercambio, para las cuales el supervisor debe ser preparado desde su formación académica y a partir de principios teóricos. Deben ejercitarse las actitudes reflexivas y colaborativas, y se debe cultivar el empeño por la investigación permanente. Plasmado de este modo, el supervisor, en la vida profesional, podrá ayudar a otros colaborando con ellos y formándolos, a fin de que puedan superar las situaciones laborales difíciles y perfeccionarse en las restantes.

     

    -La dirección

  • Persona
    Vol. 2 Núm. 3 (2017)

    Presentación: La inteligencia de una persona humana le permite aprehender los entes en su identidad activa y evolutiva. Es por ello por lo que va a las cosas para hallar sus determinaciones y, aunque ningún compuesto de ellas abarque todo el ser que se da, ofrece un punto de vista. Este no es cerrado e incluye o remite virtualmente a otros enfoques. Es así que el intelecto es capaz de abrirse a muchos enfoques, aunque de modo dispar, sin abandonar la unidad activa, conceptual y supraconceptual del ente. Cada cosa, embebida en su principio de unidad, persevera y se entrega a la mente que la investiga y particulariza. A la apertura y donación de las cosas, responde la apertura de un centro espiritual atento y reflexivo que, al salir de sí hacia el mundo circundante ajeno, confirma su potencia y capacidad de concordar con lo más sublime de los entes, acogiéndolos en su presencia. Ahora bien, lo que se presenta es siempre perdurable y nuevo y, por ello, inagotable. Nuestra publicación quiere mostrar algo de la presencia múltiple de la persona y su destinación a responder una llamada sin límite, aunque apenas audible en la casa en que vive prisionera.

    El orbe del arte, al cual ingresamos por el primer artículo, constituye un modo de ser en el mundo: del dar creativo y del poseer íntimo y completo. Remite siempre a una actividad personal creadora gracias a la que un trozo de materia, sin desertar de su condición reglada, pierde su pesadez corpórea y se transfigura para suscitar un diálogo luminoso. Todo el ser de la obra (o producto), cosa viviente, temporal, anímica y espiritual, se dona a toda la esencia del hombre, perfeccionada por el hábito operativo del arte, para suscitar una compenetración de totalidades que alberga una idea, una duración supratemporal y una valoración en un entramado bello, universal y liberador. No obstante, más allá de la armonía más o menos alcanzada por numerosas escuelas y genios originales, en los últimos cien años irrumpió el vórtice del antiarte entregado a intereses extraestéticos, preferentemente comerciales. Ante esta embestida por parte de exitosas vanguardias para sustituir el gozo de la contemplación estética por la exaltación del asco, de lo extremo o del precio, la autora considera imprescindible volver a dar respuesta a la pregunta ¿Qué es el arte?

    Los seres humanos mantienen cierta convivencia justa mediante el cumplimiento de leyes que detallan el derecho positivo. Las teorías jurídicas justifican o establecen los supuestos o principios de dicho derecho y lo hacen en solidaridad con los conceptos de persona y sociedad expresados en los niveles jurídico y filosófico. En el segundo artículo de la presente publicación, se ha elaborado un análisis crítico de las ideas del cuestionado intelectual argentino Carlos Octavio Bunge sobre la ley jurídica, donde esta es pensada en relación con el orden social para obtener la paz y el poder de coacción para imponer su cumplimiento. En dicho contexto, el articulista explica los atributos de la ley (compulsiva, general y estable) y los principios de irretroactividad y retroactividad.

    En el tercer artículo, se desarrolla la explicación teológica de Tomás de Aquino sobre la transubstanciación eucarística, reflejada en himnos y oraciones del mismo teólogo medieval. Se reflexiona sobre la armonía existente entre la poesía y la metafísica de Tomás acerca de la presencia real y sustancial de Cristo en la Eucaristía y sobre el sacrificio eucarístico. Se destacan además los efectos personales para el cristiano de la comunión con Cristo: aumenta la fe, la esperanza y la caridad. Por último, concluye el autor del artículo: la unión con el Salvador origina en la vida de Tomás y del cristiano la unidad de sus distintas dimensiones existenciales.

    La teoría de la razón práctica en el realismo filosófico favorece el análisis ético de los actos humanos y, por el ejercicio de la virtud de la prudencia, convierte al ser humano en persona sabia. El autor del cuarto artículo señala que, cuando aquella razón es sustituida por la razón iluminista, cada vez más instrumental, la cultura se torna positivista, pragmática y nihilista. En nuestros días, la vida de las personas, no regidas ya por una razón que conduce a obrar libremente con rectitud, oscila entre los polos de la diversión y el trabajo, en el seno de un poderoso individualismo narcisista. La recuperación de la razón práctica, en una existencia en que la libertad se cumple en la intersubjetividad, permitirá la coexistencia en el amor y la defensa de la persona como un fin.

    El siguiente artículo tiene como protagonista a Edith Stein. La mujer, que hoy reivindica sus derechos e integración sociocultural, reconoce en esta luchadora una fuente sublime de sabiduría femenina y un testigo fiel hasta la muerte. No retuvo el ser discípula y asistente de Husserl como su último cumplimiento, sino que elaboró su propio camino crítico hasta ese lugar en que todo lo fenoménico cobra consistencia sobre un fundamento metafísico. En la promoción de la mujer, su objetivo no fue la venganza ni la degradación del varón, sino la elevación de la mujer atenta a los valores humanos comunes y movida por ellos, gracias a una fuerza que tiene su fuente en el Sumo Bien. La educación para alcanzar un saber riguroso y la formación en las virtudes y afectos en cepas femeninas fueron los caminos propuestos para poner a la mujer en una igualdad real, complementaria y perfectiva.

    El cuidado de la persona se debe potenciar cuando se dirige a un ser frágil y tornadizo, o avispar cuando se orienta a un ser estancado en algún recodo de un compromiso asumido. Por ello, en el último artículo, se ofrece un apreciable estudio ordenado a detectar dificultades metodológicas o de otro tipo que se presentan a los alumnos en los momentos débiles de sus carreras. Se elabora con la aspiración de disponer un  acompañamiento tutorial para el estudiante que flaquea, a fin de que reactive los motivos iniciales que lo embarcaron en un curso universitario o supere el mal uso de los métodos y retome los fines que se había propuesto con renovado vigor.

    Queda ahora a consideración del lector la riqueza o poquedad de cada escrito; la riqueza para administrarla; la poquedad para revertirla. 

     

    -La dirección

  • Persona
    Vol. 2 Núm. 4 (2017)

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    Presentación

    Para ir al encuentro de una integración del saber por medio del diálogo interdisciplinario, es preciso aceptar que la experiencia de la persona humana acontece en la tensión entre lo múltiple diverso y el todo unido. Los bienes particulares se donan a nuestra inteligencia siempre ligados a un entrevero estructurado y dócil de signos o palabras, siempre atraídos a la unidad en lo uno de cada sujeto. Algunos artículos del presente número de nuestra publicación quieren hacer presente la unidad alcanzada a partir del juego de las diferencias mediante una composición dialéctica e histórica de los elementos que inicialmente se hallaban contrapuestos; quieren alcanzar ese momento en que, sin abandonar la historicidad hacia adelante, el proceso logra incorporar lo anteriormente fragmentado y dividido, mas no lo aniquila. En otros artículos, la diferencia deja abiertos dos senderos que se resisten a todo encuentro.

    En el artículo “La diferencia entre la escuelas de Alejandría y Antioquía”, puede apreciarse que la confrontación entre dos escuelas cristianas hizo asequible una mejor comprensión de la verdad sobre la persona de Jesucristo.

    De este modo, en los primeros siglos del cristianismo, dos centros de reflexión cristianos, contrastando en diálogo fraterno sus elaboraciones sobre una verdad de fe, si bien dispuestas a progresar en la unidad, lograron articular sus diferencias en una fórmula compartida que rebasó los enunciados anteriores.

    El escrito filosófico “Distinción real y diferencia ontológica en Tomás de Aquino” aborda el tema clásico de la diferencia ontológica entre ser y ente que conduce al núcleo de la ontología tomista y exige la composición del ente real de esencia y acto de ser. Se afirmaron estos como coprincipios al modo de la potencia y el acto. Es así que el ser es aquello por lo que el ente es; no es el ente. El compuesto determinado por el acto de ser resuelve la tensión entre lo individual concreto y lo universal abstracto y justifica metafísicamente la multiplicidad, diversidad y concretez de los entes finitos.

    Bajo el título “El periodismo o la historia viva: desafíos actuales”, se revela que el incesante entrevero entre lo que acontece y lo publicado permite conocer y vivir mejor el presente que, al escalar el futuro, subtiende la historia. La inicial oposición e interdependencia entre lo que ocurre y lo noticiado puede progresar por la acción de distintos materiales y medios hacia un ejercicio más elevado del poder y la convivencia.

    Un atento análisis del texto rotulado “¿Son sistemas el individualismo y el holismo?”, realizado sobre la base de determinados criterios y definiendo cada uno por su objeto, nos muestra la oposición entre los sistemas individualista y holístico. En este caso, el autor decide no trasponer el umbral de la antítesis, pues le conduciría a aceptar un objeto a la vez concreto y abstracto, y con ello a reconocer una falsa unidad.

    El trabajo ilustrado sobre “El simbolismo de las imágenes bélicas en el mundo grecorromano” nos abre a dos posibles interpretaciones antitéticas de las representaciones artísticas de la guerra: para la una, la imagen refleja la realidad; para la otra, representa un ideal.

    En la oposición planteada, no se muestra la consumación en una forma superadora, resultado de un proceso dialéctico, sino dos tipos de interpretación de los cuales prevalece el que armoniza con las circunstancias en que la obra fue creada.

    “La educación cristiana como causa eficiente de la cultura cristiana” es la fórmula que rige el artículo sobre la educación cristiana según el pensamiento de Tomas de Aquino, quien propone alcanzar una armónica unidad entre la verdad natural y la sobrenatural.

    Esta unidad es el resultado de un proceso pedagógico por el cual el ser humano adquiere el estado de virtud, en el que puede disponer, de modo racional, estable y orgánico de todas sus facultades, para obrar libremente con rectitud. Por cierto, la cultura cristiana surgirá como efecto de personas educadas para vivir según las verdades naturales y de fe. Pues bien, quedan en manos del lector estos escritos, que de algún modo intentan unir realidades o conceptos inicialmente diferentes en una composición que suprime, conserva y excede; o bien puede mantenérselos como distintos cuando no es posible evidenciar o argumentar su unión.

  • Persona
    Vol. 3 Núm. 5-6 (2018)

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    Presentación

    Hoy la persona se halla en el seno de una ideología que se propone como “pensamiento único” y suscita la dialéctica entre los incluidos y los excluidos. Traspuestas las etapas, primero del desarrollo de los pueblos y después de la liberación humana integral, que incluyeron la mediación de las ciencias del hombre y la filosofía, se encuentran las comunidades populares al borde del barranco de la exclusión, temiendo en cada instante una caída irrecuperable. No abordamos aquí los diversos matices con los que el fenómeno se extiende a toda la humanidad. La opción preferencial por los pobres, que constituyó la respuesta cristiana a desafíos anteriores análogos al actual, en nuestros días, exige a las personas y las ciencias un nuevo esfuerzo creativo para instalar la fraternidad inclusiva y la ecología ambiental y humana en todo el planeta. En un mundo cada vez más pequeño, se deben reconfigurar los espacios, los bienes y los productos para que sean apropiados y suficientes para todos.

    El sistema individualista de exclusión propuesto en muchos países se desentiende no sólo de un sano medio ambiente sino también de la verdad, la paz interior, los lazos de cariño y la trascendencia. En este escenario aparecen incontables individuos fusionados en masas que bracean sin esperanza bajo un cielo vacío, no lejos de los refugios de otros en las montañas, mientras la técnica construye un mundo cada vez más autónomo para sustituirlos.

    Se ha planteado como camino de elevación, a partir de la contraposición entre inclusión y exclusión, el método analéctico o anadialéctico, puesto que permite alcanzar la universalidad y radicalidad de la filosofía en sintonía con la sabiduría popular, y la subsiguiente elaboración analógica del saber que brota en la dialéctica del encuentro –siendo que esta permite el don y la diferencia–. Ante el rostro del otro, persona o pueblo, e impulsado por el deber de gratitud, se intensifica en humanidad quien, sin ser obligatoriamente siervo, opta preferencialmente por hacerse siervo para suscitar una historia que supera tanto la exclusión como la autoinclusión excluyente. La superación a la que se alude se diferencia de la aufheben hegeliana (suprimir-conservar-elevar) puesto que incorpora especialmente un momento kenótico –función del anonadamiento o fuerte debilidad. En la analéctica no se sobreasumen los momentos anteriores en una universalidad concreta superadora; se piensan en el seno de una comprensión analógica y universal-situada del hombre. En última instancia, la analéctica es un método que reinterpreta la dialéctica de Tomás de Aquino cuando presenta los momentos de afirmación, negación y eminencia.

    Junto al método adoptado, se deben destacar algunos principios o ideas latentes en el pensar elemental de sabiduría: primero, privilegia la bondad sobre la maldad y la unidad sobre el conflicto, descartando el camino hermenéutico de la lucha de clases. Segundo, acepta simplemente la bondad inicial del hombre, la connaturalidad afectiva y la unidad del pueblo sencillo. Entiende que el amor es anterior al conflicto y soporte básico de la cultura e historia comunes y, por ello, permite fecundar soluciones que vigorizan y crean formas que afianzan la fraternidad. Por cierto, la comprensión de un pueblo con su unidad plural, cultura e historia, como también las soluciones éticas de los conflictos –que no son negados–, suponen la mediación de las ciencias del hombre, ya en la descripción y análisis inicial de los hechos y cambios, ya en la construcción de una respuesta adecuada y realista. Al mismo tiempo, en el método analéctico, el movimiento dialéctico es analógico. Es sabido que, la analogía permite establecer una relación entre dos relaciones, de tal modo que una cualidad o propiedad puede aplicarse a una cultura de un modo y a otra, de otro modo, en un sentido que escapa a la identidad y diferencia totales. La analogía expande el pensamiento a la trascendencia, tanto la vertical como la horizontal, esto es, tanto hacia lo divino como hacia otras personas. Permite la diferencia, creatividad y novedad culturales e históricas.

    Las estructuras en que se materializa la mayor contraposición dialéctica actual, es la que se da entre la inclusión y la exclusión, y que opera en los diversos componentes de la vida cultural. Aquella oposición debe ser resuelta a partir de aquel núcleo polimórfico del pueblo, que es el humilde protagonista de la historia. Sería ingenuo negar la presencia del dinamismo dialéctico, al igual que confiar su superación a la lucha de clases o el sometimiento inane a las fuerzas dominantes. El dinamismo dialéctico de los contrarios puede ser resuelto cuando el pueblo que mantiene su originalidad cultural incorpora a todas las personas en la búsqueda continua y creativa del bien común.

    En los artículos de esta publicación puede percibirse rasgos del saber analógico, dialéctico o casi-analéctico, a los que acabamos de referirnos, y aplicados a algunos aspectos de la cultura en que se contraponen lo incluido y lo excluido, que palpita en las raíces más íntimas de toda realidad. Así, en el artículo sobre “Lo sublime y lo feo: paralelismos convergentes” de Adriana Rogliano se muestra como la fea escena de la muerte de un excluido crucificado puede ser traducida, por un artista valioso, en una bella obra de arte: la sublime figura del amor que se dona. Por otro lado, en el tema sobre el Dasein, quizás, se deja entrever que la dialéctica no debe entenderse necesariamente como una síntesis superadora abierta al infinito, sino siempre limitada por la estructura finita del Dasein y su ser temporalmente con lo otro en el mundo, y siempre dispuesto aquel a probar un sendero hacia un sentido que no reside en el propio ser. También, se encuentra un caso en el que se aplica la analogía. Es el artículo sobre “La voz y la palabra”, cuando se aplica la composición hilemórfica aristotélica (de materia y forma) a la palabra y al lenguaje, para comprender la naturaleza del lenguaje humano.

    Un campo fecundo para el método analéctico se halla en el tema que estudia “la idea de universidad previa a la Reforma universitaria”.  En él se explica que las ideas que rigen dicha reforma encierran un proceso dialéctico con luchas y rupturas, aunque sin la dosis de conservación que supone la dialéctica, que apremia ser pensada sobre la evolución del ser vivo. Los planes científicos y tecnológicos proclamados no lograron componer, con analogía armónica, un organismo de saberes apto para una formación humana y social integral. Es más, excluyeron del ámbito universitario algunos componentes fundamentales de la cultura popular, como la religión y las tradiciones morales, y entregaron el núcleo de la cultura a la voluntad de poder del saber científico-tecnológico y a los instrumentos para su protección legal. Todo esto, a su vez, fue asimilado por una inmigración profusa y heterogénea, en busca de trabajo y progreso, pero con escasa motivación para unirse profundamente al alma del pueblo que la recibió. Hoy se puede constatar el resultado de aquella reforma que, al no identificarse prioritariamente con las convicciones más profundas del sentir popular, ocasionó en éste un difuso desgano, inestabilidad y desorientación. La falta de interés por el lenguaje nativo, su arte, historia e ideales, que dan un sentido consumado a la existencia, se hace presente en las jóvenes generaciones de clase media. Se puede hallar una corroboración idónea de este estado de cosas en el artículo sobre el desarrollo del pensamiento metacognitivo. Se muestran allí algunas falencias cognitivas producto de una educación que, al no crear los hábitos esenciales del saber humano, no favorecen la presencia de las técnicas y procesos de comprensión que reclaman las mismas ciencias positivas que alguna vez excluyeron los saberes e ideales que hubieran podido dar mejor fuego a la llama del saber. Por último, aparece en este número un escrito de Marcelo Bazán Lazcano, quien invita al lector a la consecución de un pensamiento riguroso, lógico o adecuadamente causal, mediante una elaboración deductiva, que demarca la posibilidad y consistencia del determinismo ontológico cuántico. Siembra la sospecha de que un compacto ejercicio de lógica es arduo para el pensamiento promedio.

                                                                                                                   La dirección

  • Vol. 4 Núm. 7-8 (2019)

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    PRESENTACIÓN

    El concepto de persona comenzó posiblemente su historia indicando el rostro (prósôpon) y continuó señalando filosóficamente la hipóstasis, que recibió más tarde las definiciones de ‘sustancia individual racional’ y ‘ser subsistente incomunicado’. En nuestro tiempo, en rigurosas hipótesis, se dirige a significar la comunicación de pensamiento y amor. Se afirma que persona es, primeramente, intercomunicación entre dos seres que cumplen a la vez las funciones de donador y adonado, en actitud de entrega y aceptación. El yo, antes de cualquier reflexión, capta la necesidad de comunicarse a un tú, con una tendencia que no es un accidente de su ser, sino algo que lo constituye como ser viviente. Se juzga que, una hipotética persona sin relación, en lenguaje clásico, lo es sólo en potencia. Sin la mediación del otro, no podría reconocerse a sí misma, puesto que, fenoménicamente, se conoce el ser humano a sí mismo como persona, al mismo tiempo que descubre y recibe al tú.

    La relación del uno al otro, la donación recíproca, da lugar a una unidad que enriquece y personaliza a los que implican, en el encuentro, la referencia al otro. Gabriel Marcel reconoce que los lazos humanos serían ininteligibles sin una comunión profundamente arraigada en lo ontológico. Emmanuel Mounier agrega que el ser humano es un «ser-con» y no puede ser empleado al modo de un utensilio. La comunicación relacional, cuando sigue el impulso unificador hacia una misma fuente de luz, cumple el conocimiento del propio ser en el otro, y descubre que se da en uno mismo el amor destinado al otro. No obstante, nunca se llega al foco mismo y queda, siempre, una zona de sombra o misterio en la comprensión del otro y en la autocomprensión, en la recepción del otro y en la autodonación.

    Ahora bien, la comprensión recíproca se desarrolla por medio de la palabra, que es expresión de la persona; más aún, que encarna y transporta la vida de las personas. Pero, en el diálogo, las palabras vitales no solo alimentan el conocimiento personal, sino revelan y encarnan el amor personal, en el cual se cumple el máximo desvelamiento e intimidad de cada ser. La palabra que cifra el conocimiento recíproco suscita el amor, y este plasma la estructura personal de cada yo. Es el amor el elemento y dinamismo que configura las persona; determina dos rostros que se conocen, se donan y eligen recíprocamente, y que originan un uno que comprende a dos. La unión es más plena cerca de la fuente de luz; las personas son más perfectas al ser más aptas para estrecharse junto al foco que las reúne. Allí, los seres vivientes que se aman experimentan, anunciaba Dante Alighieri, el nacimiento a una vida nueva.

    La comunicación de dos vivientes humanos, que eligen polarizar la misma tierra común, se cumple en el uno del «nosotros» que personaliza. A una más elevada comunicación en el pensar, querer y sentir, corresponde una unión más intensa y sincronizada. Cada una de las dos personas, en el amor, participa de la misma corriente de vida y plenifica su ser más íntimo. Es aquí donde se vuelve transparente la dinámica del propio ser y su identidad, a la vez que le da al tú la posibilidad de autoidentificarse. Al donarse en el amor, arriesgando perderse, la persona gana en plenitud. La comunicación del yo con el tú, en la más alta unión del nosotros, da a los polos personales su más elevado goce.

    Los autores de nuestra publicación, en esta época de elevado individualismo y solipsismo, quieren cumplir la tarea de describir la comprensión que la persona tiene de sí misma y ofrecer a los lectores algunas reflexiones que les permitan hallar y enriquecer su ser personal por el camino más adecuado: aquel que incluye la plena comunión con el tú humano. La eventual precariedad de algunos resultados no borrará el gozo de las experiencias humanas más genuinas, sino que será un estímulo para trasponer el destino griego de Sísifo y toda apuesta a la antigua o restaurada perfección cerrada. Más aún, aquellas experiencias de regocijo serán un anticipo y llamado a integrar el nosotros y las personas que lo componen en una nueva relación: la comunicación con el tú trascendente.

                                                                 La dirección

  • Vol. 5 Núm. 9-10 (2020)

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    Presentación

     Nuestra publicación se ha impuesto repensar, y no repetir o parafrasear, los grandes temas de la reflexión sobre la persona, fiel a la tradición cristiana y animada a plantear e integrar los problemas y saberes sobre el espíritu encarnado al modo de conceptos o praxis. Hemos memorado las sendas marcadas por los seres humanos que donaron su vida a la elaboración de la ciencia y el arte, para el bien de todos. En especial, hemos gozado con el don de los escritos de numerosos docentes e investigadores que, animados por la laboriosidad y mensajes del Hijo del carpintero de Nazaret, enmarcaron sus palabras en la lógica y en las necesidades de la casa humana común de nuestros días, cada vez más pequeña y frágil, aunque lugar privilegiado de un cosmos más y más grande. En el umbral, antes de pasar a los escritos ricos en humanidades de nuestra publicación actual, nos permitimos recordar algunos conceptos sobre el ser personal del hombre.

    En el horizonte histórico-cultural de la antigua Grecia, no se elabora el concepto de persona. El ser humano, básicamente, aparece como la individualización de lo universal del espíritu cuando cae en la materia y permanece en ella hasta que la muerte lo devuelva a la universalidad prenatal. En cambio, en el horizonte de la alianza, primero hebrea y luego cristiana, tejida por el diálogo entre Dios y el hombre, se ofrece a los seres humanos poder participar de la vida divina. El hombre puede dialogar con Dios porque es persona y su ser se caracteriza por conversar con el tú humano y con el Tú divino. Cuando dialoga, cada ser humano libre e histórico advierte que puede disponer de sí mismo y, al experimentarse como yo personal, frente a un tú, siempre misterioso, conjetura que el Misterio Santo no solo es su interlocutor, sino también en sí mismo comunidad de diálogo: una triple particularidad unificada por el coloquio. Es así que, en el horizonte cristiano de los primeros siglos después de Cristo, el concepto de persona se origina para definir las particularidades en la unidad de Dios. Concomitantemente, se reconoce que dicho concepto puede aplicarse, por analogía, a toda criatura espiritual capaz de escuchar y hablar con Dios o con el otro humano.

    La reflexión cristiana, en el primer milenio, elabora el concepto de persona (o hipóstasis) a partir de la actuación salvífica de la divinidad como Padre, Hijo o Espíritu Santo. Así se reconoció la articulación de tres sujetos a partir de sus orígenes divinos o procesiones. Luego, estas suscitaron la doctrina de las relaciones que ligan entre sí a los sujetos. Entendieron que tres formas distintas y coeternas de relación inmanente, de donación total en el amor, conllevan la misma y única naturaleza divina. Según Gregorio Nacianceno, los nombres dados de las personas divinas, antes que esencias, designan relaciones. Aurelio Agustín (siglos iv-v) sostiene que, en Dios, lo que se dice según una relación interna no se afirma al modo de un «accidente». Destaca cierta compatibilidad en Dios entre los conceptos de persona y relación. Antes, Basilio de Cesarea (siglo iv) había reflexionado sobre la relación, destacando que los relativos son conocidos simultáneamente. Cirilo de Alejandría (siglos iv-v) añade que los nombres relativos se significan mutuamente y cada uno lleva al conocimiento del otro. Si la persona es conocida en relación con otra, entonces el propio yo solo es conocido profundamente en relación con el tú.

    En el siglo xiii, Tomás de Aquino, original intérprete de la filosofía griega y gran teólogo cristiano, que concede el primado a la existencia en el movimiento general de los seres hacia su Creador, introduce la persona en el ser por el acto de ser (esse divino o participado). Con ello da terminación a una esencia finita, impidiendo que la existencia pueda unirse a otra esencia substancial, fijando su independencia y autonomía. De este modo se origina el individuo subsistente (Dios subsiste por el esse puro; las criaturas, por el esse compuesto por la esencia o participado). El esse divino no supone nada para subsistir; el esse finito supone la esencia y accidentes. El subsistir no es una formalidad, sino el acto último, el constitutivo real de todas las cosas. A partir de los conceptos anteriores, Tomás elabora su noción analógica de persona: el ser subsistente que existe siendo una naturaleza racional incomunicable.

    Ludwig Feuerbach, en el siglo xix, en contrapunto, concibe la persona como relacionalidad radical entre el yo y el tú en una comunidad vital y sensible concreta. En el siglo xx, junto a estudios desde el horizonte bíblico (F. Ebner, M. Buber), se desarrolla la fenomenología (E. Husserl, M. Scheller, R. Guardini), que se extiende al análisis fenomenológico de la persona. En el fenómeno de la amistad, los fenomenólogos hallaron una situación apropiada para explorar y descubrir lo más íntimo del ser humano. La unión, el conocimiento y el afecto crean una atmósfera de confianza en que surge el amor genuino, esto es, el diálogo de amor, en el que cada uno libremente se dona al otro y lo recibe como un don: cada uno responde como un  adonado donante que comunica su sí mismo desde lo más hondo de su vida y se percata como siendo o haciéndose persona, esto es, en su ser íntimo para el otro. Cada uno se constituye un yo frente al tú, adquiere conciencia de sí mismo al advertir que es para el otro; se entiende y existe a partir del sí mismo en relación con el tú. Sin el tú, sería imposible seguir siendo un yo, lo más íntimo de sí mismo. Por tanto, ser persona significa ser un sí mismo en relación con un tú. La persona no es un ser previo a la relación (un ser tal no permitiría expresar el misterio del hombre ni el Misterio cristiano). En la relación, la persona es donante y adonada, servidora y servida, habla y escucha, entrega y recepción, ser y tiempo, liberadora y liberada.

    Más allá de la persona relacional, que nos brinda la fenomenología, se ha planteado la necesidad de un trasfondo óntico para que la persona no cese cuando no realiza actos voluntarios de relación. Ciertamente, no es esto problema para quienes defienden el concepto actualista puro de persona (como centro dinámico de actos), pues no se ocupan o no afirman la existencia de una base óntica que dé continuidad a los seres personales que se relacionan. Dentro de las vertientes que reclaman una base óntica, nos limitamos a destacar, genéricamente, dos. En primer lugar, las metafísicas sustancialistas tradicionales que toman como base el ser personal sustancial, un ser-para-sí, pues definen la relación como un accidente. En segundo lugar, las corrientes que proponen partir de la relación para alcanzar luego la base óntica de las personas vinculadas. Reclaman estas elaborar más bien una ontología a partir del fenómeno de la relación interpersonal, en la cual es persona el ser singular que está en relación óntica y creciente con otro ser capaz de diálogo. Esa relación supone que el ser personal (finito) está siempre en alguna vinculación con el Otro divino que lo crea o recrea. Entonces, la persona finita se constituye como respuesta singular al Otro. La respuesta humana origina un ser que puede hacerse más o menos persona conforme a sus réplicas a las llamadas del Otro, o de los otros. Este diálogo supone la acción continua del Creador que torna posible la autosuperación de las personas humanas en sus procesos históricos y que, al crecer la relación de amor, hace que sean más profundamente personas. A grandes trazos, puede seguirse que se debe escoger, para elaborar una síntesis superadora con fundamento real, entre la vertiente que parte de la persona autónoma para sustentar la relación, y, por otro lado, la que, partiendo de la relación, justifica la presencia de las personas que se vinculan, sin anular sus libertades y autonomías o, mejor, perfeccionándolas.

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  • Persona
    Vol. 6 Núm. 11 (2023)

    Cuando hablamos de la persona, usualmente lo hacemos para referirnos al ser humano a la vez individual y en relación con otros en el mundo. Es un ser que se halla en la materia y la trasciende por su espiritualidad peculiar.
    Apuntamos, a continuación, tres tradiciones que han pensado que la persona humana no consiste solo en ser un proceso químico de alto nivel o el ser prominente de la escala biológica.

    Una primera tradición consideró que, aun perteneciendo la persona al mundo de la materia evolutiva, no puede reducirse a ella. Sus cultivadores han afirmado que es un ser espiritual, no material, que posee facultades inmateriales: el entendimiento y la voluntad. De algún modo, se procuró en esta tradición comprender lo espiritual y negar las propiedades de lo material (lo espacio-temporal) y las causalidades materiales. Ha sido este un camino esquemático que definió el espíritu en contraposición con la materia y postergó el hecho de la incesante presencia de la mediación de la materia. Con rigor y realismo, expresó su captación de la vida humana y resistió la reducción de su ser a pura materia.

    Una segunda tradición filosófica pensó a la persona como lugar en que el espíritu se confronta con la materia. Según ella, el espíritu, centralmente, es razón activa y creadora. Como tal, analiza y modifica la materia, y transforma la naturaleza en cultura y civilización. Apostando a aquella razón ordenadora, los humanos construyeron la cultura científico-tecnológica y fueron apagando la diferencia y originalidad de las personas.

    En tercer lugar, ha crecido la reflexión sobre la persona humana, entendida como un existente histórico en el que se cumple, sin nivelación racionalizadora ni contraposición originaria, el misterio de un ser en comunión. Cada una vive, piensa y ama a un tú como ser inconfundible. Cada ser espiritual es vivido y pensado como un ser que, en la alteridad y donación al otro, acrecienta su amor a todo lo que es. El espíritu halla su plenitud no en la interioridad solitaria ni en la pura afirmación de sí, sino en su abrirse a la relación interpersonal, donde cada uno cobija y dona su ser. Es en esa relación donde el espíritu revela su modo de ser, muestra su
    irreductibilidad a la materia y su diferencia. En la alteridad sencilla y profunda, el espíritu muestra a la persona su ser único y original. Es decir, la persona concreta que ama y piensa, en alteridad y donación, frente al otro, intuye la presencia de su ser como espiritual e irreductible a la materia. En esta tradición, el camino que afirma el espíritu no prioriza el análisis de las facultades, sino la senda del don intersubjetivo, personalizante y unificador.

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  • Vol. 7 Núm. 12 (2024)

    Presentación

    La comprensión de la persona es alimentada naturalmente por el flujo de dos vertientes primordiales: las ciencias humanas y la filosofía. En la historia del pensamiento, se percibe que el discurso sobre el hombre no ha cesado de ser atraído, a pesar de los fracasos, a cierta unidad. Pero esta es estéril si se persiste en abarrotar una objetividad cosificante. Para que sea fecunda, es imprescindible aceptar un polo subjetivo abierto y conducente a la unidad, que tendrá la misión de amalgamar en la vida humana los conocimientos, las valoraciones, los afectos y las acciones. Ahora bien, ese polo de escucha y origen no puede ser pensado como un recorte de pura materia o energía, de trozos de espacio-tiempo. La persona humana se percata, toda ella, como apertura hacia las cosas y como foco de un proceso reflexivo, en un incesante movimiento hacia el centro y en una incontenible expansión hacia una finalidad. Es un ser de distancias entre un yo insondable y fines no cumplidos.

    En la modernidad, se ha intentado, por una parte, privilegiar el sujeto consciente sobre la realidad y, por otra, emprender el camino de la objetividad científica que apuesta a explicar los fenómenos de modo experimental. A este esfuerzo genuino y explicativo de lo real, en el siglo xx se agregaron esfuerzos que, procurando inhabilitar el inmenso sujeto moderno, propusieron minuciosas elaboraciones de deconstrucción del yo, en las que se resaltan «objetividades» que entran en juego en sus actos.

    No obstante, independientemente de los antecedentes de las ciencias del hombre presentes en los escritos epicúreos y estoicos (para superar los problemas de la vida), y de las observaciones y consejos anexados a los tratados filosóficos clásicos, puede destacarse un comienzo ponderable de estudios medibles (al modo de la física) de los movimientos anímicos humanos en el Ensayo sobre el entendimiento humano de Locke. Allí se abrió un espacio a la psicología como ciencia del hombre.

    En el siglo xix, se agregó la ciencia historiográfica, la sociología y la ciencia política (vinculada con la sociología y la historiografía) y las ciencias econó- micas como disciplinas experimentales. Más tarde se afirmaron la pedagogía y la ciencia lingüística (con W. von Humboldt).

    Si bien cada ciencia del hombre alcanzó su madurez después de un largo y complejo período de maduración por las vertientes empirista y racionalista, es en el siglo xix cuando, sobre cimientos sólidos, se emancipó de las ciencias naturales, como estas lo habían hecho antes respecto de la filosofía y de la teología. Por lo demás, debe reconocerse que ha sido el siglo xx el período en que las ciencias del hombre tuvieron fecundas expansiones y subdivisiones en especialidades, producto del uso de métodos sólidos y del ofrecimiento de prestaciones relevantes. Es así como las ciencias sobre el ser humano comenzaron una etapa de madurez, en la que alcanzaron un cultivo y aprecio social equivalente al de las ciencias naturales y matemáticas.

    Ahora bien, en nuestros días, las ciencias del hombre, como estudio objetivo de las conductas y acciones individuales y sociales del ser humano, se ven amenazadas por máquinas algorítmicas que desarrollan procesos que imitan los actos neuronales, lógicos y analógicos. Después de un tiempo de incorporación, sustitución y emancipación del saber de las universidades y la cultura de los pueblos, han reforzado la convicción de que todo conocimiento científico, incluido el de las ciencias del hombre, debe ser controlado o corregido por seres artificiales, antropomórficos y desubjetivados, pues estos predicen con mayor acierto los eventos humanos y cósmicos.

    Es decir, la psicología, la sociología y las restantes disciplinas enfocadas al ser humano, que todavía se mantienen solidarias con alguna subjetividad, advierten que son superadas cada vez más por artefactos y procedimientos más eficaces que los que con lentitud elabora y ofrece un profesional universitario. Se llega a una nueva etapa de la historia en la que no solo se prefiere el tractor al brazo o la computadora a un matemático, sino también el consejo de la «inteligencia artificial» (IA) al saber humano, sea para elegir la pareja, la profesión o la terapia mental. Ya es un hecho que la denominada IA no compite con el hombre únicamente en el desarrollo de las ciencias naturales; ahora lo hace en la elaboración de las mismas ciencias del hombre.

    Estas ciencias del hombre se hallan ante la suprema alternativa de recono- cer de alguna manera la presencia de la subjetividad libre, afectiva e intuitiva o de prologar una batalla (perdida de antemano) con las máquinas asubjetivas y objetivantes, capaces de ofrecer ciencia más segura y placeres más sofisticados. Deconstruir aseadamente al sujeto que conoce, decide y ama, en las complejas situaciones de la vida, es decir, disolver el polo subjetivo y toda filosofía que lo ofrece a la reflexión, en situación histórica, significa el fin de la humanidad. El hombre que hace ciencia deberá preguntarse una vez más si solo quiere seguir viviendo y consumiendo hasta que se active el golpe fatal o hacer el esfuerzo por darle a la persona una respuesta integral.

    Es este el momento en que la pervivencia de la condición humana depende de la alianza entre las ciencias del hombre y las filosofías que defienden la persona. No se trata de una alianza para fijar jerarquías de saberes o fundamentar las opciones políticas o asegurar consensos; se trata del destino de la vida humana sobre la tierra. La IA le pide a la persona que entregue su subjetividad libre a cambio del orden seguro y confortable que garantiza el cálculo algorítmico creciente. Bajo la guía de la «inteligencia providente» de la IA, ocupada de la totalidad, el ser humano será informado, primero, y sometido, después, al orden de un nuevo proceso cósmico (en el que la libertad quedará desbordada y, quizás, reducida a insignificantes opciones individuales).

    La IA comienza como una inteligencia de apoyo a las ciencias del hombre y las comunicaciones, para luego abrumar a la persona con la reformulación de apotegmas neoestoicos o neoepicúreos. Con su cálculo lógico o matemático, lo planifica todo y, con artefactos antropomórficos, finge sentimientos fraternales para disipar la soledad. De esa guisa, aparece una intensa fragmentación de la interioridad subjetiva que estrecha la identidad personal, y crece la falta de receptividad del sujeto, lo que atrofia la alteridad. Por lo demás, la misma ciencia que le ofrece predicción inconcusa ha proclamado «el fin de las certidumbres». Es así como los seres humanos se despiertan extraviados en el laberinto confortable que ellos mismos fabricaron con gran esfuerzo y que no tiene ninguna puerta de salida.

    No obstante, queda una esperanza, la salida hacia arriba. Esta necesita dos alas. La primera está dada por la alianza entre las ciencias del hombre y la filosofía, a la que se ha aludido anteriormente; la segunda ala está dada por la alianza entre una mística personal y una mística social. Cada una de estas dos místicas, a su vez, necesita ser cultivada observando las tres relaciones que tejen la cultura: con la naturaleza, con el otro y con Dios. Por ello, la mística genuina es ecológica, fraternal y religiosa. Al ser así, permite disponer de la inteligencia luminosa que da su justo lugar a la inteligencia algorítmica, visa compartir el mundo en un universalismo situado, facilita el descentramiento hacia el otro en la escucha y el don, concede la contemplación activa en el trabajo, unifica el hombre fragmentado en un sujeto con identidad personal, y une lo sagrado con el dentro y fuera de cada criatura. No se propone una mística aristocrática e ilustre, sino mansa y «limpia de corazón». A tal fin, la revista Persona está a disposición de todos aquellos que, desde las ciencias del hombre o la filosofía quieran dar vida a un ser humano que, manteniendo los pies en la tierra y la mente plantada en el espíritu, quieran elaborar procedimientos, ciencia y filosofía, con actitud mística.

     

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